¡Hola!
Familia:
Esta semana vamos a trabajar en zoom, acerca de los vínculos saludables, aquellos que nos permiten sentirnos bien y crecer. Sería importante que puedan acompañar en las clases virtuales a los niños y compartir en algún momento estas actividades que fueron pensadas para que participe la familia.
Les dejo un cuento y algunas preguntas para reflexionar sobre el respeto a lo diferente y la posibilidad de resolver los conflictos con emociones positivas como la risa.
Chamigo
Esta es la historia de Pedro, un niño de unos 10 años que vivía en la ciudad de Corrientes, capital de la provincia homónima, donde nació José de San Martín. Su familia estaba compuesta por su mamá, su padrastro y su pequeña hermanita, Clara.
Su papá, hacía ya unos años que se había ido con “Tata Dios”, como le decía la “oma”, cuando lo veía triste. Así la llamaba a su abuela, que vivía en Misiones y era hija de alemanes.
A pesar de que muchas veces extrañaba las manos cálidas de su papá despertándolo por las mañanas, él era feliz porque contaba con su gran amigo: Pablito, que lo comprendía. Eran inseparables.
Pablito tenía 10 años, pero parecía de 14. Era muy alto, el último de la fila en el cole; pero como era el menor de diez hermanos, siempre fue “Pablito”.
Una tarde de enero, de mucho calor (porque en Corrientes hace tanto calor en verano, que hasta las chicharras se quejan) Pablito vino a buscar a Pedro para ir al río. Pero no llegó solo, lo acompañaba su primo Brian, que había llegado el día anterior desde Buenos Aires. Brian tenía un corte de pelo muy raro para sus 10 años recién cumplidos: la cabeza estaba rapada en los costados y en la nuca; un flequillo largo le cubría un ojo y le daba un aire de adolescente canchero.
Pedro lo miró disimuladamente, pero con un poco de celos. Siempre quiso cortarse el pelo así y no se animaba a decírselo a su mamá. Luego dirigió una sonrisa a su fiel amigo y lo saludó:
-Hola, ¿cómo estás? chamiiiigo.
La “i” de ese chamigo se alargó como el abanico del acordeón de su padrastro: músico y chamamecero. Un verdadero artista.
-Bien, chamiiiigo. Le respondió Pablito.
Brian, que estaba observando la escena, le tendió la mano como para “chocar los cinco”, y acompañó el saludo con un “que tal chamiiiigo”, bastante burlón.
A Pablito le causó gracia, pero a Pedro, ni una pizca. Comenzó a sentir algo raro en su cuerpo. Más precisamente en su garganta. No sabía por qué le dolía tanto. Tenía ganas de llorar, de pegarle, de borrarle la cara de canchero que le veía. Era una mezcla de bronca, tristeza y celos.
Comenzaron a caminar hacia la costanera del río Paraná. La playa estaba llena de gente tomando mate y de niños jugando. Sus risas llenaban el lugar. Pero a pesar de que el sol iluminaba el agua invitando a zambullirse, Pedro no podía remediar su enojo. ¡Es que se mofó de mi forma de hablar, de expresarme! ¿Es que no voy a poder hablar más cuando esté el pibe presente?, pensó.
Pablito se acercó, y poniéndole su manota de casi 14 años en el hombro, le dijo:
-¿Qué te pasa, chamiiigo?
-Nada.- Contestó enojado Pedro, mientras tiraba el hombro hacia atrás para sacarse de encima la mano amable de su amigo. -Andate con este porteño presumido- Arremetió.
- Vamos pue… al agua. -Dijo Pablito, que nunca lo había visto tan enojado a su amigo y eso lo estaba poniendo tenso.
-Vamos, pue, chamigo- Se burló nuevamente Brian.
-Mirá porteño presumido…-Le dijo Pedro abalanzándose hacia él, dispuesto a pegarle y a tirarlo en la arena ardiente.
Pablito se metió entre los dos. Su cuerpo parecía la Gran Muralla China, separando los enojos de dos chicos que no podían comunicarse.
Ahí nomás, Brian lo increpó:
- ¿A quién le decís porteño presumido, che?
- A vos, cheee. Contestó, copiándolo.
Pablito, que estaba de espaldas a su amigo, no podía creer que lo imite tan bien a su primo y comenzó a reír sin parar. Tanto, que Brian y Pedro también comenzaron a reírse. Es que este grandote tenía una risa tan contagiosa, que los dos lo miraban y no podían dejar de tentarse. Eso mismo les pasaba en la escuela ,cuando cantaban el himno y algún compañero se equivocaba. Se reían y Pablito, que era tan grande no se podía ocultar, entonces Pedro lo miraba y se retroalimentaba la risa. Hasta que la seño los miraba, y eso, era lo único que los volvía un poco serios.
Pero ahora la seño no estaba, y no podían parar. Tanto se reían que una mamá pasó con su niña en brazos y también la bebé comenzó a las carcajadas, súper divertida.
Luego hicieron las paces y se disculparon con Pablito por el mal momento que pasó. Minutos más tarde los tres terminaron en el agua divirtiéndose. Así lo hicieron durante los diez días que Brian se quedó en la ciudad. Hasta una noche fueron a ver al padrastro de Pedro que tocaba en el Festival del Chamamé.
Se divertían tanto imitándose uno al otro para entretener a Pablito, que Pedro descubrió que cuando estaban juntos, a él le dolía la panza, pero esta vez de reírse tanto. Y se animó a pedirle a su mamá que lo lleve a la peluquería de la tía Lily, para que le haga un corte de pelo como el de su nuevo amigo.
Brian, comprendió aquella tarde, que, para los chicos de otros lugares, los porteños también tienen una tonada particular y vivió en carne propia lo feo que es sentirse burlado. Ahora volvería a su casa sabiendo una palabra nueva: “chamigo”, que parece una mezcla entre che y amigo.
Pablo se sintió con ganas de decirle a sus hermanos que ya no le gusta que le digan Pablito.
También comprendieron que la risa es transformadora. Que puede convertir los enojos en carcajadas; las penas en alegrías, como lo hace su padrastro cuando toca el chamamé.
Autora: Seño Fernanda Calderón
La preguntas que les envío son para conversar entre los miembros de la familia.
- ¿Cuándo fue la última vez que se sintieron burlados por alguien?
- ¿Qué sensación les causó en el cuerpo?
- ¿Pudieron hablar con la persona que lo generó?
- ¿Me observé burlándome de alguien por poseer una característica diferente a la mía?
- Característica física, forma de hablar,de caminar.
- ¿Pude disculparme? ¿Me di cuenta que me estaba burlando o me lo hizo ver otra persona?
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